Por: Rev

El género cinematográfico de terror ha presentado una evolución natural (dependiendo de las opiniones esto ha resultado para bien o para mal), sobre todo gracias a los avances en los recursos tecnológicos para conseguir recrear escenarios y personajes ficticios que representen con mayor naturalidad lo que se quiere mostrar al espectador con el objetivo de generar desagrado, incomodidad, temor, etc. Sin embargo, mucho se dice que a medida que la calidad audiovisual ha ido en aumento el género como tal se ha ido estancando, incluso decayendo, esto también en gran medida a la sobre explotación de estilos que ocurre cuando una película pega en el clavo y genera una tendencia que termina por agotar a la misma. Esto lo hemos observado sobre todo con producciones norteamericanas que gustan de crear y extender sagas exitosas hasta la saciedad e incluso de reformularlas sin obtener el mismo éxito de antaño.
Una práctica que se ha ido dando en el afán de refrescar de sensaciones a los nuevos adeptos del género es la adaptación de producciones japonesas para el mercado norteamericano (y también de manera viceversa, aunque ahora ese no es el tema principal), pero valgan verdades, el tratamiento al género de terror presenta tal diferencia que es sencillo percibir el cero “misticismo” que contiene la adaptación frente a la original. Evidentemente se trata de algo más que reversionar una historia, existen elementos que suman y enriquecen la experiencia más allá de un, “totalmente inesperado”, jump scare o la aparición repentina de un fantasma en el espejo.

Gracias a estos elementos distintivos es que el estilo japonés se ha hecho de admiración y respeto alrededor del mundo, pero que se haya posicionado de tal manera entre quienes apreciamos su contenido no se limita a lo diferente que resulte ser de su contraparte occidental. Hay un ingrediente particular que tiene mucho que ver en gran parte de las historias que consumimos y que finalmente es la que proporciona de esencia a estas, me refiero al mito. Porque vale recordar que muchos de los seres que se nos presentan y nos sorprenden provienen de las leyendas, tanto mitos antiguos como urbano – modernos, y que terminan por estar ligadas a problemas propios de la condición del ser humano.
No son solo leyendas urbanas…
Casi con total seguridad ha habido en nuestra vida alguien que conocía muchas historias sobre seres extraños o sobrenaturales que terminaron por fascinarnos y sorprendernos, además, por la seguridad con la que esa persona afirmaba la veracidad de su relato que no hacía más que añadirle una cuota de miedo (como sucede cada vez que leemos al inicio de una película basada en hecho reales). No obstante, en algún momento también nos hemos preguntado ¿por qué las personas creen en estas historias para nada lógicas según nuestra perspectiva? Bueno, así funcionan los mitos y leyendas. Tienen una causa y un propósito.

Detrás de cada relato hay una fuerte carga simbólica que responde a la necesidad de encontrar un orden de la vida social entre los individuos. Al ser de carácter colectivo, es lógico que muchos de estos hablen acerca de las consecuencias del “mal vivir” y el daño hacia otras personas (sobre todo sobre seres nobles), con castigos correctivos punitivos, incluso fatales como la muerte. Y que mejor manera de transmitir el mensaje sino a través de entidades que son ajenas a nuestra realidad, que retornan de un estado del que desconocemos con totalidad y burlan cualquier lógica.
Erróneamente se cree que estas historias pertenecen o pertenecieron solo a una sociedad sin un nivel de avance cultural y científico como el actual, y por lo tanto ya no deberían tener cabida en nuestra cotidianeidad; sucede que con el transcurso del tiempo se van “adaptando” a las nuevas concepciones del mundo y a diferencia de antes, ahora se encuentran en historias ocurridas en escuelas, ciudades, edificios, redes sociales, etc. Es una manera de mantener vigencia en tiempos contemporáneos.
Una herramienta poderosa, en la actualidad, que contribuye a su extensión es el cine. Así como en su momento la manera más efectiva de darle dinamismo al relato era a través de la oralidad, hoy el medio audiovisual se ha convertido en una herramienta infalible para tal fin. Y siendo Japón un país con un gran abanico de seres terroríficos, no es de sorprender que el recurso haya sido apropiadamente utilizado.
Espíritus Vengativos
Si por algo se caracteriza el cine de terror japonés es porque la mayoría de sus personajes tienen como motivo cobrar venganza por algún acto cruel que en vida les hicieron, ya sea una traición, ser asesinado o provocar la muerte de alguna u otra manera. Probablemente sea Onibaba (1964) quien haya puesto uno de los mayores cimientos en la consideración de estas historias para ser llevadas al cine gracias al reconocimiento que obtuvo. Pero sin ir tan lejos, encontramos leyendas que también han sido plasmadas en la pantalla grande, como las de Teke-Teke, Okiku (Ringu) o Kayako, que, si bien no son muy fieles a las leyendas originales, se las arreglan para de igual manera quedar en la memoria de las personas.
Finalmente, vemos que la mitología y las leyendas han alimentado enormemente la producción de cine de terror en Japón. Han contribuido a una manera distinta de “saborear” el terror siendo inspiración para otras películas de origen culturalmente distinto. ¿Quién no se ha sentido atemorizado observando como sale de la pantalla Ringu, o cómo Kayako nos predispuso a imaginar que veríamos a su hijo sentado en algún rincón de nuestras casas?
