Por: Felicidad Repulsiva

Nuestro viaje arranca en la Tierra, vista desde el espacio como una canica azul gigante, de fondo suena una canción de moda. En la secuencia nos comenzamos a alejar a gran velocidad. Próxima parada, Marte, el cinturón de asteroides, Júpiter (y el sonido lejano de un discurso de Martin Luther King), Saturno, Urano, el sistema estelar Alfa Centauri, nebulosas, y el silencio glacial del vacío interestelar. Y nos alejamos más, en pantalla una hermosa vista fugaz de la Vía Láctea, cúmulos de galaxias, mostrándonos la vastedad del universo, esa imagen, ese conglomerado de colores mágicamente se funde en el ojo una niña de once años que, frente al micrófono de un radiotransmisor, intenta entablar comunicación con personas en otros estados. Una entrada excepcional que nos recuerda lo ínfimo que es nuestro lugar en el universo.
Basada en la novela de Carl Sagan, Contact nos regala una pieza de ciencia ficción en torno a una pregunta existencial y tan antigua como la humanidad: ¿Estamos solos en el universo? Para ello desarrolla el personaje de Ellie Arroway, una niña que crece motivada por su padre a realizar sus sueños de ser una científica dedicada al campo espacial. Ya de adulta (Jodie Foster) logra convertirse en lo que de pequeña soñó, sin embargo, su más ambicioso proyecto, la de encontrar vida inteligente en otros planetas, se verá ridiculizado y menospreciado por la comunidad científica.
Contra todas las adversidades, además porque la película prometía un giro que la dotaría de un suspenso y una carga adrenalínica singular, la científica hace el contacto, computadoras, programas informáticos trabajando a mil, calibrando secuencias, revisando planos, sonidos como la de un corazón gigante latiendo, al parecer mandando señales encriptadas, los integrantes del equipo corriendo de un lado para otro, nerviosos, ansiosos, y con el miedo propio de que todo no sea una falsa alarma; ¡qué gran escena!, de esas que te dejan al borde de tu butaca. Y es que como espectador no es necesario entender lo que hacen (y sí que intentaron ser muy fieles con el verdadero tratamiento científico del asunto), es el hecho de estar frente a unos de los descubrimientos más trascendentales de los últimos tiempos lo que cautiva.
Y es después del descubrimiento cuando la película plantea la hipótesis del comportamiento humano ante lo desconocido. Miedo, caos, resignación, aceptación, violencia, incertidumbre… de este conjunto de cosas que podemos sentir surgen las diferentes respuestas de cómo lidiar con la noticia. En el mundo comienzan a erosionar colectivos de corte religioso, científico, filosófico, político, que toman postura sobre lo que se debe a realizar frente a un inminente contacto con extraterrestres. Se requiere tomar acción y llegar a un consenso. Los líderes de las comunidades más representativas se reúnen para discutir planes e ideas de cuál debería ser la dirección y posición que se debe tomar como única voz hablando por todo el mundo.
Y entonces deciden construir la máquina extraterrestre, con tecnología desconocida, que transporte a la protagonista a la galaxia Vega. Y así poder entablar el contacto definitivo. Los efectos especiales son alucinantes, y es que una propuesta de un viaje interestelar debería ser acompañada de efectos audiovisuales que enamoren la retina. La nave espacial es como traída del futuro. La escena en la playa es sencilla y literalmente de otra galaxia. Y esta percepción quizá se deba a que el director nos hace volar con nuestra imaginación al prepararnos para el encuentro en un lugar donde no rigen los conceptos de física como lo conocemos. Y aunque tal vez la respuesta del este ser de otra dimensión no sea la que habíamos previsto, la escena se carga de un sentimentalismo que puede o no gustar.

El final es abierto. Nos llena de reflexiones acerca de creer en lo que no se puede ver ni comprobar. Esto fue una de los aportes, en cuanto a interpretación de la novela original, que, según muchos críticos, se toma la libertad de plasmar el director.
La sacudida global que semejante descubrimiento provocaría a nivel mundial es bastante realista. Hasta creo que en un plano no ficticio las consecuencias serían más divergentes. Imaginar que no estamos solos en el infinito es una bomba mental que abriría nuevas puertas de conocimiento. La ciencia lucha todos los días por vencer esos muros con tenacidad y disciplina. Casi todas las cosas que existen en el universo aún son desconocidas. Y es en esa búsqueda incesante por responder interrogantes, por descubrir la génesis, donde radica la eterna carrera por encontrar la verdad.